martes, 16 de agosto de 2016

Domingo Malaguera, guardián verde del Loyola

Publicado en el año 2005
“Allá hay chance para ti, tú sabes bastante de jardinería…” Así comienza la transición hacia un mejor porvenir. Domingo Malaguera no lo dudó, simplemente tomó la decisión de trabajar junto a los jesuitas en Caracas, luego que el Hermano Querena s.j. le hiciera unas pruebas sobre electricidad para ver que tanto sabía. De este modo, quedó en el puesto de mantenimiento, fueron 5 años de incansable labor junto a ellos.

José Domingo era del pueblo de Tovar en el estado Mérida, nació en junio de 1937. Muchos dicen que de allí heredó su responsabilidad y perseverancia, la mayoría de los andinos son así, muy dedicados a sus responsabilidades.

Un día todo cambió de nuevo, el Padre Andueza s.j. le contó que en Puerto Ordaz, estado Bolívar, iban a abrir un nuevo colegio, sería el Loyola Gumilla, por lo tanto iban a necesitar a un buen jardinero y personal de mantenimiento. De este modo comenzó a ejercer sus labores en las instalaciones de la CVG ubicadas en terrenos de la urbanización Chilemex. En este sitio funcionaba provisionalmente el plantel, ya que las aguas del Caroní habían crecido, ya no podían estar en el Parque Cachamay, lugar donde se impartieron las primeras clases a los alumnos.

Domingo se quedó por siempre en Guayana, en esta tierra se casó con la señora Luisa y tuvo sus tres hijos, de nombres Carlos, Oscar y Darilys, de los cuales hablaba siempre con mucho orgullo.

Cuenta que cuando vino por primera vez a lo que hoy es el plantel, aquello era puro monte, no había nada allí. Luego de la deforestación del terreno y la construcción del colegio lo primero que hizo fue sembrar matas, numerosas plantas alrededor de los salones, muchas de ellas las sembró junto al Padre Berecibar s.j., árboles inmensos de Jabillo que los niños llamaban “matas de cachitos” porque sus semillas parecen cachitos de madera. “Los muchachos los agarraban y con eso hacían llaveros, colgantes o cualquier adorno. También algunos hacían maldades con las conchas que caen de los árboles de Camoruco, ahí dentro tienen unas espinitas que si se entierran en los dedos, duelen mucho. Aquí habían hasta cayenas, las sencillas y las dobles, que por cierto, las cayenas dobles sirven para remedio, hasta para dormir es buena, por todos lados habían pero se acabaron, eso se sembró hace más de treinta años, imagínate tú…”, rememora José Domingo.

Recordaba como si fuera ayer a todos los sacerdotes y hermanos jesuitas que pasaron por el colegio, pero a quien mayor afecto le tenía era al Padre Izaguirre s.j., ya que según él, este sacerdote era más campechano, más amigo. “El Padre Izaguirre y yo íbamos en un carrito, un chevettico, con él iba a buscar naranjas, aguacates y mangos a Nekuima, luego al llegar él repartía todas esas frutas a los empleados del colegio. El Padre Juan era estricto pero era una persona muy consciente. Figúrate que cuando llegó nuevo aquí al colegio, se ponía arriba en el cerrito a verme, me vigilaba, hasta que un día me dijo: “Yo a usted no lo vigilo más, ya yo sé que usted es un hombre trabajador y responsable. Cuando le falte gasolina para las máquinas me avisa para dársela. Lo que necesite me avisa Domingo…” De verdad que ese cura era muy bueno, no le gustaban las mentiras, era muy correcto.”

Conocía el colegio como la palma de su mano, cada árbol de Apamate, Roble, Palmera, Camoruco, Jabillo o lo que fuese; él sabía exactamente donde estaba sembrado. En cuanto a los animales que había visto en el colegio, se encontraban venados, conejos, lapas, cachicamos, morrocoyes, monos, sapos, ciempiés, culebras; una vez hasta un caimán salió, pero eso era porque aún no había cercas que separaran el Parque Cachamay del Loyola.

De sus compañeros recordaba siempre con especial cariño a la maestra Carmen, Daniela Montico y Miriam, entre otros; lo que sucede es que son tantos años y tanta gente que ha pasado por el colegio que es difícil recordar a uno por uno con exactitud.

Es posible que a menudo no nos demos cuenta conscientemente que todo ese bosque que rodea los salones nos proporciona sombra y oxígeno, esa vegetación guarda el ecosistema de muchos animales que por el día a día pasan desapercibidos para muchos. Pero, sin duda alguna, todos los que estudiamos en el colegio Loyola, jamás olvidaremos a Domingo, con su paso cansado pero apurado, junto a al rastrillo, trabajando, recogiendo las hojas secas, regando las matas y pendiente que todo marchara bien, que todo luciera especialmente verde. Lo inmortalizaremos en cada planta que vive alrededor de los salones. Por siempre brillará en nuestra memoria escolar porque luego de tantos años de servicio continuo es imposible olvidarlo.

KAM

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