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lunes, 31 de octubre de 2022

Gallardía: Las balas que no nos mataron

LAS BALAS QUE NO NOS MATARON

Por: Karla Ávila Morillo

Dice mi psicólogo que, si tuviera que escribir un libro de mi vida se llamaría “Gallardía y resiliencia”, el cual sería un fiel reflejo de “Seguir en pie a pesar de”, una historia agridulce de un viaje en la montaña rusa de emociones que por momentos me derrumbaron, pero luego siempre me hicieron una mujer más fuerte.

Por otra parte, dos colegas periodistas me dijeron: “Has pasado tantas cosas que tienes unas historias dignas de contar”, todos estos comentarios me han impulsado a dejar de narrar testimonios ajenos para relatar parte de mí y de Venezuela.

La semana pasada, por ejemplo, cayó cerca a los pies de mi mamá una bala perdida, que no la hirió e indudablemente no la mató, pero nos hizo reflexionar sobre las vicisitudes a las cuales hemos sobrevivido.

Balas


Escritura como ejercicio terapéutico

Es curioso que, sin ser psicólogo ni psiquiatra, y por supuesto que no pretendo serlo, simplemente me dedico a comunicar ideas, testimonios, noticias, reflexiones, pues es un denominador común que cuando converso con alguien, esas personas conciben un alivio, se sienten atendidas sin ser juzgadas, me refiero a esa escucha activa que le permite a uno concentrarse en lo que dice el otro.

Decía una profesora de castellano del colegio: “Más que oír, hay que escuchar”, esa frase, aunque siendo adolescentes nos causaba gracia sobre todo por la entonación que ella le daba, sin querer la dejó tatuada en muchos de nosotros sus alumnos, quienes hoy, después de treinta años la entendemos de una manera muy profunda.

En primer lugar, el asunto de la escucha activa como proceso de metacomunicación, tal vez para algunos sea incomprensible o les suene como un trabalenguas, pero para mí que soy una PAS (Persona Altamente Sensible) adquiere un significado potente a la hora de ejercer mi profesión, porque voy percibiendo un desglose de movimientos corporales, gestos, palabras, sentimientos, emociones y mensajes que me hacen comprender de un modo muy detallado a esa persona que me está contando parte importante de sus vivencias.

Sin embargo, hoy este ejercicio es conmigo misma, por eso mientras escribo, lloro, no de tristeza sino conmovida porque por primera vez en la vida estoy teniendo compasión conmigo misma. Hoy me estoy escuchando a mí, mis historias, mis anécdotas, mis fracasos y triunfos.

Lo que me dio Venezuela

Mi país me ha dado de todo, con eso me refiero a que he vivido experiencias increíblemente emocionantes tanto para bien como para mal, pero todas han forjado lo que hoy soy.

Ahí nací, en mi Caracas preciosa con mi Ávila amado, ese que cuando lo observo me llena el alma de plenitud, la capital de Venezuela donde siempre pasaba mis vacaciones antes de volver cada septiembre al interior de la selva que se transformó en industrias.

Indudablemente no puedo definir a nuestro país como bueno o malo porque eso sencillamente no es posible para mí, hubo épocas mejores que otras, tuve amigos como hermanos que ya no lo son, confiaba ciegamente en ciertas instituciones y gremios, pero hoy ha cambiado mi forma de analizarlo. Creo que a todo esto le llaman madurar.

Pero ¿Cómo madurar con tanto duelo demorado?, vemos en redes sociales batallas campales por sucesos que pasaron hace más de 50 años, un apego a la nostalgia de la Venezuela de antes, esa que no volverá, esa que cambió, nos tiene soñando y accionando para que las cosas mejoren, aunque sepamos que no depende de una sola persona.

En apariencia, sonreímos, seguimos adelante, porque según el absurdo pensamiento colectivo, los venezolanos todo lo podemos y somos el país más feliz del mundo, pero cuando hurgas en cada persona y su historia particular, te consigues con que hay mucho dolor porque lo que hemos vivido cada uno de nosotros durante los últimos veinte años no ha sido el mar de la felicidad.

Mirar atrás y poder decir “Sí pude”

Por supuesto que pude, pero a qué costo…

Perder a mi padre en un accidente aéreo que nunca esclarecieron; ver morir a mis familiares más cercanos porque el régimen los catalogó como personas de cuarta categoría por pensar distinto y tener criterio propio; que mis hermanos de vida me dieran la espalda por defender derechos humanos y por respetar a las personas LGBTI, es decir, que me irrespeten por querer respetar a los demás, ver esos chats donde se referían a mí con toda clase de insultos y palabras denigrantes hacia mi persona, solo por ser distinta a ellos; estar dentro del ámbito de la defensa de los derechos humanos y escuchar que te digan cara a cara “tú no sirves para esto”, junto a las burlas por no ser lo que esperaban; el descubrir que mi hijo es autista nivel 1 (lo que antes llamaban Asperger) después de dieciocho años de su nacimiento y darme cuenta que yo también tenía la condición más de treinta años después.

No, no soy la víctima, que no me victimice nadie y mucho menos que me estén viendo con lástima, tampoco soy un fenómeno, simplemente estuve muy presente en lo que me tocó vivir y aunque dolió, lo asumí con gallardía y con la visión de creer más en mí y lo que hago porque lo concibo con pasión, amor y observando cada arista de lo que se presenta ante mi humanidad.

Aprendí… Aprendí tan bien que hoy en día puedo interpelar a aquellos que me enseñaron a ser como soy.

Todas estas incidencias personales vienen a ser esas balas que no nos han matado; cada paso dado, cada meta lograda, es lo que me hace recrear en mi mente alguna escena con Trinity (La Santísima Trinidad), Neo (El Mesías) y Morfeo (La Conciencia) en The Matrix; son momentos, hechos, cosas, que en mi sofisticado cerebro que funciona distinto a los “normales”, es simplemente un eterno aprendizaje de lecciones y de fortalecer mis capacidades, a mi ritmo, observando cada avance.

Sin dudarlo lo expreso, el confinamiento durante la época de pandemia derrumbó las cenizas de esa otra yo, y como Ave Fénix, salió de mi otra persona, nueva calidez, otra ser humana que está bajo la piel que habito, una mujer que se auto reconoce como lo que es: mente, cuerpo y espíritu; alma, vida y corazón.

Las personas como yo no buscamos la aceptación de nadie, no queremos ser percibidos como una mal necesario ni mucho menos como regalos del cielo; yo quiero vivir y seguir avanzando en mis metas sin más barreras que no nos permitan desarrollarnos en lo que nos guste hacer.

Metáfora de la Venezuela de las balas perdidas

Mi hermosa Venezuela, mi país, la nación que llevo arraigada en el alma, aquella donde hemos vivido tantos acontecimientos no tan buenos los últimos veintitrés años de desgobierno, pero aun así seguimos de pie y no lo digo para romantizar nuestras desgracias sino porque a pesar de todo, hay que seguir viviendo, porque los venezolanos nos cansamos de promesas incumplidas, de frases de marketing político y bailoterapias tricolores. Por eso muchos decidimos sobrevivir a todo y comenzar a vivir desde nuestras posibilidades.

Constantemente por efectos relacionados con mi profesión, monitoreo la situación dentro y fuera del país, hago seguimiento a venezolanos que se quedaron aquí y los que siguen migrando forzosamente a otras latitudes.

En ese ir y venir en redes sociales, me detuve en el video de una colega que documentó la violencia armada de una zona popular de la capital, en el audiovisual se puede observar a la periodista cenando en el suelo de su apartamento mientras cerca de su vivienda se escucha el telón de fondo de un aguacero de balas.

Indudablemente y gracias a no sabemos quién o qué; algunos dirán que protección divina, otros dirán que no le tocaba o que fue prudente al tirarse al suelo, pues gracias a lo que sea en lo que cada quien crea, ella no murió por ninguna bala perdida, ella no sufrió el daño colateral de morir por un proyectil que no tenía su nombre, sin embargo, veintitrés personas no corrieron con la misma “suerte” y de esa veintena solamente cuatro cadáveres fueron identificados como presuntos delincuentes, de resto eran funcionarios y civiles que no pudieron huir de la zozobra de los daños letales de un plomo que en su rumbo cambia de ruta y de protagonista.

No olvidemos que para el año 2015 en el informe sobre fallecimientos y heridos por balas perdidas en Latinoamérica, elaborado por el Centro Regional de las Naciones Unidas para la Paz, el Desarme y el Desarrollo en América Latina y el Caribe, se dijo que Venezuela figuraba en el segundo lugar en cuanto a los decesos por balas perdidas en Latinoamérica.

Lo cierto es que las pocas o tal vez muchas probabilidades de morir por una bala perdida en Venezuela, no nos quitan las ganas de seguir adelante, nos asustan pero no nos roban valentía; es que obviamente ni vamos bien, ni Venezuela mejoró, ni mucho menos perdemos por cansarnos de lo mismo, al contrario, es precisamente ese agotamiento lo que nos ha hecho mantenernos con firmeza intentando lograr nuestras metas personales y ahora nos enfocamos casi exclusivamente en el futuro inmediato, en el día a día, en alimentarnos y no enfermarnos para no pasar más calamidades.

A pesar de todo lo vivido, aquí nos está pasando algo similar a lo relatado en el guión de la extraordinaria película “La vida es bella” de Roberto Benigni, en Venezuela nos encontramos devastados por la dura realidad, pero no dejamos que se nos note mucho para evitar sufrir nosotros mismos y que tampoco sufra el prójimo más de la cuenta.

En mi caso no me paralizo eternamente a ver esas balas que no nos mataron tiradas en el piso, tengo algunas en mi mano mientras pienso lo que estoy escribiendo ahora, justamente esas dos que no mataron a mi mamá; la realidad es que el sol sigue saliendo todos los días de la vida de cualquiera, aunque lluevan las balas por doquier, las flores siguen naciendo aun cuando a su lado yacen proyectiles.

Esa colega de quien les hablé acaba de tener un bebé hermoso que no solo fue deseado, sino que es bien recibido y amado; las parejas se siguen amando y algunas hasta se casan; microempresarios con muchísimo esfuerzo emprenden; otros más temerarios se gastan los ahorros de un año en ese concierto que siempre soñaron ir, aunque no se sepa con transparencia quién propicia estos eventos que traen a Venezuela.

Estoy segura que en muchos de nosotros prevalece el amor propio, el afecto por el país y por el prójimo, es ese el brío que mueve a algunos venezolanos a seguir adelante con valentía, lo que nos convierte en una suerte de oda a la perseverancia con momentos de desesperanza y mucho dolor, pero que al final decidimos cada uno de nosotros dar ese paso hacia pequeños avances personales, que aprovecho para decir claramente que no es mi intención que mi argumento sea percibido como la romantización de las catástrofes sociales del país, sino como el dejar de sufrir por todo lo que queramos lograr. No creo que sea del todo sano tener que sufrir para lograr metas, al contrario, la planificación, el procesar la realidad tal y como es, el establecer prioridades es lo que nos pudiera mantener de pie.