Nací
en Caracas, pero no sólo por nacer allá me siento caraqueña. Caracas forma parte de
mi alma por su Ávila, ahora conocido por su nombre indígena como Warairarepano,
que me cautiva al verlo, por su vida rápida que al viajar en metro te lleva a
ver varias tribus urbanas tan interesantes como disparejas y un sinfín de aventuras vividas en las entrañas
de sus calles. Por eso y mucho más amo a la ciudad que me vio nacer en otrora
hospital militar, donde se brindaba más salud que misterios de presidentes que
mueren, reviven o deambulan como fantasmas.
Viví
en Carrizal, estado Miranda, una zona fría, de viento seco y muchos pinos que
de noche silbaban con la brisa. Luego del divorcio de mis padres, me mudaron a
Ciudad Guayana, una tierra calurosa, llena de verdor, bellezas naturales, empresas,
puertos fluviales y mucha prosperidad económica, ya que crecía con pulcra
planificación en muchos aspectos de los cuales mi abuelo Bladimiro Morillo fue
partícipe por más de treinta años de labor.
En
Ciudad Guayana crecí, aunque siempre me sentí ajena a ella. En Puerto Ordaz
comencé mis estudios prescolares en el Colegio Loyola Gumilla, por recomendación
de un amigo de mis abuelos maternos, el señor Jack Rosenzweig, que de apodo yo
le decía “Kojak “, por aquella serie policiaca que protagonizaba Telly Savalas,
claro, tanto el Sr. Jack como Telly eran calvos, razón por la cual los asociaba
y fantaseaba que cuando lo visitaba en su oficina iba a resolver algún caso de investigación,
pero nada de eso, de ese caballero sólo emanaba ternura, cariño, respeto,
sabiduría y un agradable olor a picadura de tabaco que usaba en su pipa.
Y
así, sin darme cuenta hasta que fui adulta, fue como emprendí un camino por la
compasión, amor y bondad hacía las minorías, lo que hizo que de niña me sintiera
amiga de todos en mi grado, no me gustaba discriminar, por supuesto que siempre
hay algunos más allegados que otros, pero siempre sentí un cariño general por
mis compañeros con los cuales compartí doce años de mi existencia y a quienes nunca
olvidaré porque para mí no eran niños sino pequeñas historias andantes de
hermanos que la vida te coloca en el camino para aprender; asunto que muchos
que no estudiaron en este plantel no comprenden o lo estigmatizan sin analizar el
concepto de hermandad.
Durante
mi adolescencia, en unas vacaciones, un reconocido locutor de la región, me
hizo la invitación a una prueba de talento en lo que era la La Megaestación 88.9 FM,
buscaban a adolescentes para un proyecto radial llamado “Megamanía”, el cual
era un programa en vivo transmitido por dos horas de lunes a viernes en las
tardes. Pasé las dos pruebas y comencé en el mundo de la radio, en una época de
oro para la radiodifusión en frecuencia modulada de la región debido a que no
existían tantas emisoras como hoy. Durante tres años, en las vacaciones
escolares realicé el programa con otras compañeras. Entre nosotras producíamos,
musicalizábamos y conducíamos este espacio que para aquel entonces fue todo un
éxito, lo cual nos llevó a la televisión, videoclips, animación y una vida
pública que la verdad disfruté mucho, me hizo feliz.
De
niña siempre quise ser arquitecta, porque observaba con detenimiento la manera
como mi abuelo se sentaba en su mesa de dibujo, que por cierto fue del gran
caricaturista “Sancho”, en la cual se hicieron tantos planos de Guayana.
Aquello era arte para mí, me hacía pensar en el diseño de mi casa soñada con un
jardín lleno de flores, mascotas y la familia perfecta viviendo allí conmigo.
Pues no sucedió ni una cosa ni la otra, ni la casa ni lo demás. Mi
vocación cambio luego de pasar por la radio, entonces decidí que iba a ser
locutora, pero antes de ello debía ser periodista.
Ahora
bien, culminados mis estudios de bachillerato, llegó un espejismo de amor a mi
vida, realmente era muy joven para saber si era amor o no. De modo que sin
planificación y de la mano de aquella quimera, quedé embarazada de mi primer
hijo, a quien amo con sensatez, más no con locura. Lo eduqué junto a mi familia
materna, quienes fueron mi sostén y pilar durante aquellos momentos que muchos
me dieron la espalda. Situación que con fortaleza, responsabilidad, fe y mucha
voluntad supe llevar a la altura de los compromisos que se me iban presentando.
Casi
a la par de estrenarme como madre, decidí usar mi cupo en la Universidad
Católica Andrés Bello de Guayana, allí comencé a estudiar educación, pero de
pronto un día, un antiguo compañero locutor, Jesús Madruga, me dice: “Si quieres ser periodista
debes irte en dos o tres días para Barquisimeto a presentar la prueba en la
Universidad Católica Cecilio Acosta. No tienes más chance”, comentó
tajantemente. Y así fue, no supe como lo logré pero crucé Venezuela, llegué a
mi entrevista, la pasé muy bien, de modo que comencé mis estudios en el estado
Lara, lugar que amo con toda mi alma por su cultura, educación, música, gastronomía y la gente más respetuosa y bondadosa que pueda existir.
Al
culminar esta enriquecedora travesía junto a valiosos compañeros, me decidí a
hacer el curso de locución de la Universidad Central de Venezuela, que era lo
que yo quería desde quince años antes. Lo visualizaba cada vez que soñaba con
volver a la radio, fue mi meta y lo logré.
De
ahí en adelante, muchos han sido los momentos de aprendizajes, de caer y
levantarme, de buscar mi yo interior para descubrir quien soy, para saber qué
es lo que me hace feliz. Porque nací para ser y no para complacer…
...Es así como llegué a mi blog!
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