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Evangelina García Prince. FOTO: Cortesía |
¡Mujerón!, es una palabra de uso común, con la cual, mi abuela Lucelia se refería a una mujer con eme mayúscula, esa que representa poder en la sociedad, una dama que potencia sus virtudes y minimiza sus defectos a través de la perseverancia, independencia, asertividad, valentía, confianza en sí misma, aceptándose tal como es, sin miedo al qué dirán; concepto muy lejano a la etimología que le dan los machos machotes a la palabra mujerón: “mujer excesivamente bella y sexualmente apetecible”, aunque cabe decirlo, no por adular ni faltar el respeto sino más bien por reconocerlo, Evan, como le decía de cariño, era elegantemente hermosa y eso no se puede negar.
Y bueno,
aunque este escrito lo lean muchas personas, es algo entre Evangelina y yo, es
conversar sobre una persona que admiro y quiero mucho por todo lo que
representa para las mujeres latinoamericanas, una persona que sabía lo que
quería, trabajó y generó cambios al dar a conocer la realidad de de las mujeres,
logrando transformar esas realidades sombrías en un futuro prometedor pero que
aún debemos encaminar para que no existan retrocesos.
Ella nos
enseñó que las mujeres estaban vinculadas a un complejo proceso histórico,
derivado de factores políticos, culturales, económicos y sociales que
determinaron un proceso acumulativo de discriminaciones contra las ellas, en
todas las esferas sociales, políticas, culturales y religiosas.
Trabajó
incansable y disciplinadamente por proporcionar garantías constitucionales, por
promulgar leyes apropiadas para prohibir la discriminación por razones de sexo
de todas las mujeres y las niñas de todas las edades y garantizar a las
mujeres, sea cual fuere su edad, la igualdad de derechos y el pleno disfrute de
ellos.
Nos hizo plantearnos
la construcción de una agenda legislativa de las mujeres como un hecho político
organizado y claramente intencionado, creó esa conciencia política sobre las
posibilidades de participación femenina, la sensibilización sobre igualdad y
criterios de género. Optimizó los procesos de exploración y recepción de
demandas de la sociedad sobre determinados temas.
Si bien es
cierto que no todo lo planteado funciona espléndidamente, también es verdad que,
gracias a ella, se abrió una gran brecha para que todas y todos caminemos con
marcha firme hacia la optimización de las leyes, ya que de ahí deriva la
efectividad de la aplicación de las mismas. Es importante una agenda legislativa
al respecto pero también la obediencia y la debida ejecución de esas leyes al
entrar en vigencia.
Inteligentemente
puso el foco en las culturas androcéntricas, esas que hacen referencia a la
práctica de otorgar a los varones una posición central y única en los
parlamentos, esas que refuerzan el acento patriarcal del trabajo legislativo,
porque excluyen, sectorizan, desvalorizan o tienden a minimizar o postergar el
tratamiento legislativo de asuntos vinculados con necesidades prácticas y
estratégicas del género femenino.
A las mujeres
que sabemos lo que queremos, nos llaman súper poderosas, pero en realidad el
único poder que tenemos es el de la palabra, es por ello que Evangelina decía:
“Tu palabra es tu poder”, lo que se traduce en dar un paso adelante por el
principio de igualdad de derechos y la no discriminación de las mujeres.
Esta mujer que
por fortuna conocí, se esmeraba con gran ahínco en observar, estudiar y dar a
conocer las tendencias existentes en latinoamérica en relación con los avances
constitucionales, legales e institucionales de los derechos de las mujeres y
los soportes internacionales que han contribuido a dichos avances.
Por esta razón
y mucho más, es que despedimos con melancolía a la profesora Evangelina García
Prince, notable antropóloga, socióloga, maestra de muchas personas dentro y
fuera de Venezuela, presencial, virtual y cercanamente a cada quien que se le aproximaba
con curiosidad de saber sobre el feminismo y lo que ello implica, ella
compartía todo su conocimiento con gran alegría, la mejor disposición, sin egoísmos
de brindarnos su sabiduría.
Por ello, como
herederas que somos de dicha labor, tenemos el deber de garantizar la
sostenibilidad del trabajo realizado previamente por mujeres como Evangelina,
esa faena no puede morir con el final de su vida, más bien, debe renacer como
continuidad de su existencia física.
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