miércoles, 12 de junio de 2019

¡Ha muerto un mujerón!

Evangelina García Prince.
FOTO: Cortesía


¡Mujerón!, es una palabra de uso común, con la cual, mi abuela Lucelia se refería a una mujer con eme mayúscula, esa que representa poder en la sociedad, una dama que potencia sus virtudes y minimiza sus defectos a través de la perseverancia, independencia, asertividad, valentía, confianza en sí misma, aceptándose tal como es, sin miedo al qué dirán; concepto muy lejano a la etimología que le dan los machos machotes a la palabra mujerón: “mujer excesivamente bella y sexualmente apetecible”, aunque cabe decirlo, no por adular ni faltar el respeto sino más bien por reconocerlo, Evan, como le decía de cariño, era elegantemente hermosa y eso no se puede negar.

Y bueno, aunque este escrito lo lean muchas personas, es algo entre Evangelina y yo, es conversar sobre una persona que admiro y quiero mucho por todo lo que representa para las mujeres latinoamericanas, una persona que sabía lo que quería, trabajó y generó cambios al dar a conocer la realidad de de las mujeres, logrando transformar esas realidades sombrías en un futuro prometedor pero que aún debemos encaminar para que no existan retrocesos.

Ella nos enseñó que las mujeres estaban vinculadas a un complejo proceso histórico, derivado de factores políticos, culturales, económicos y sociales que determinaron un proceso acumulativo de discriminaciones contra las ellas, en todas las esferas sociales, políticas, culturales y religiosas.

Trabajó incansable y disciplinadamente por proporcionar garantías constitucionales, por promulgar leyes apropiadas para prohibir la discriminación por razones de sexo de todas las mujeres y las niñas de todas las edades y garantizar a las mujeres, sea cual fuere su edad, la igualdad de derechos y el pleno disfrute de ellos.

Nos hizo plantearnos la construcción de una agenda legislativa de las mujeres como un hecho político organizado y claramente intencionado, creó esa conciencia política sobre las posibilidades de participación femenina, la sensibilización sobre igualdad y criterios de género. Optimizó los procesos de exploración y recepción de demandas de la sociedad sobre determinados temas.

Si bien es cierto que no todo lo planteado funciona espléndidamente, también es verdad que, gracias a ella, se abrió una gran brecha para que todas y todos caminemos con marcha firme hacia la optimización de las leyes, ya que de ahí deriva la efectividad de la aplicación de las mismas. Es importante una agenda legislativa al respecto pero también la obediencia y la debida ejecución de esas leyes al entrar en vigencia.

Inteligentemente puso el foco en las culturas androcéntricas, esas que hacen referencia a la práctica de otorgar a los varones una posición central y única en los parlamentos, esas que refuerzan el acento patriarcal del trabajo legislativo, porque excluyen, sectorizan, desvalorizan o tienden a minimizar o postergar el tratamiento legislativo de asuntos vinculados con necesidades prácticas y estratégicas del género femenino.

A las mujeres que sabemos lo que queremos, nos llaman súper poderosas, pero en realidad el único poder que tenemos es el de la palabra, es por ello que Evangelina decía: “Tu palabra es tu poder”, lo que se traduce en dar un paso adelante por el principio de igualdad de derechos y la no discriminación de las mujeres.

Esta mujer que por fortuna conocí, se esmeraba con gran ahínco en observar, estudiar y dar a conocer las tendencias existentes en latinoamérica en relación con los avances constitucionales, legales e institucionales de los derechos de las mujeres y los soportes internacionales que han contribuido a dichos avances.

Por esta razón y mucho más, es que despedimos con melancolía a la profesora Evangelina García Prince, notable antropóloga, socióloga, maestra de muchas personas dentro y fuera de Venezuela, presencial, virtual y cercanamente a cada quien que se le aproximaba con curiosidad de saber sobre el feminismo y lo que ello implica, ella compartía todo su conocimiento con gran alegría, la mejor disposición, sin egoísmos de brindarnos su sabiduría.

Por ello, como herederas que somos de dicha labor, tenemos el deber de garantizar la sostenibilidad del trabajo realizado previamente por mujeres como Evangelina, esa faena no puede morir con el final de su vida, más bien, debe renacer como continuidad de su existencia física.

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