sábado, 21 de noviembre de 2020

Lo que me quitó la vaguada, lo que me trajo el mar.

Me complace mostrarles este escrito mío que va desde lo más profundo de mi alma. Es la historia de una amiga y su familia, desde el día que la escuché por primera vez me estremeció por lo emotivo, por esas palabras tan descriptivas de la persona que lo vivió y compartió conmigo esa historia de terror que se transformó en una lección de resiliencia, en un motivo para seguir adelante y estar mejor.

Lo escribí para participar en un concurso de "La Vida de Nos" pero no como no gané, decidí compartirlo en mi blog con la esperanza que lo lean muchas personas, conozcan una de muchas historias vividas en la tragedia de Vargas en Venezuela (1999) y además sientan motivación para resurgir desde las adversidades de la vida.


No todo está perdido.

KAM

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Lo que me quitó la vaguada, lo que me trajo el mar.

Por: Karla Ávila Morillo / @LaTuristaKAM

Era una noche calurosa en Macuto, Eli veía pasar las horas sin descansar, estaba embarazada y le costaba un poco dormir por lo que acomodó su postura hacia el lado izquierdo para ver si podía conciliar el sueño.

Así fue, de pronto cayó en un sueño profundo, pero volvía la misma pesadilla que se repetía una y otra vez, aquella gran ola pasaba sobre ella. Era inmensa, como un gran manto de agua salada que pasaba llena de gente, carros, animales y objetos. Situación que ella siempre relacionó con un tsunami porque en ese momento vivía en La Guaira, estado Vargas en Venezuela, en plena costa del Caribe.

Tanto la perturbaba esto que habló con un psicólogo quien le dijo que era posible que ese sueño fuera por la cercanía al océano; que vivir cerca del mar tal vez se relacionaba con algún miedo interno que ella tenía, miedo a lo profundo, al agua y que quizás eso se le estaba representando en las visiones mientras dormía.

“Pero lo extraño del sueño es que, era una ola inmensa y yo siempre me salvaba de una u otra manera. En unas oportunidades yo iba montada en un carro por la carretera y de repente volteaba, veía la ola que venía. Una ola colosal. Y yo «Dios mío, no puede ser». Luego pasaba sobre el carro. En otras oportunidades era que estaba parada en la orilla del mar y venía la ola, se levantaba inmensa, horrible, yo lo que hacía era que me agachaba y delante de mí se levantaba una gran piedra y pasaba sobre mí aquella ola”.

Eli insiste en que fueron tantas las veces que se repitió la pesadilla que llegó un momento en que ella sabía que a pesar de que viniera la gran ola, que apareciera llena de mucha gente, que a veces ella volteaba y veía gente, lo cual era terriblemente atormentante, ella tenía la certeza de que algo la iba a proteger.

Se levantaba súbitamente con la disforia que le provocaba la preocupación por ese sueño periódico. Entre la latencia de sueño, despertares nocturnos y sueño poco reparador transcurrieron los días hasta que pasó lo inesperado para algunas personas.

Era quince de diciembre de mil novecientos noventa y nueve, justo el día del cumpleaños de Ibrahim, su pequeño hijo mayor que arribaba a sus ocho añitos comenzaron los acontecimientos asociados a una gran tragedia nacional, una que marcaría para siempre a Eli, Ernesto, Ibrahim y la bebé Andrea que aún se mecía en el vientre de su madre, momentos que quedaron impregnados en cada venezolano con distintas historias pero de manera similar en cuanto a la emotividad de lo vivido en carne propia y lo que se podía ver en los medios de comunicación de la otrora Venezuela con mayor libertad de expresión.

“Ernesto y yo estábamos en el apartamento con Ibrahim cuando comenzó el deslave y la tragedia, todo empezó a suceder esa noche. Tuvimos que quedarnos allí encerrados, salvarnos como podíamos, poner cosas en la puerta porque sentíamos los gritos de las personas que estaban violando o matando, nosotros estábamos en un piso muy alto pero se escuchaba de todo, hasta se oían tiros en la noche. Ya a las cinco de la tarde era un pueblo sin ley porque lo peor de la tragedia fue la parte humana, lo malo que salió de aquellas personas que quedaron vivas, que comenzaron a saquear y a matar a la gente que había quedado viva dentro de sus casas o en casas con vecinos”.

Cuenta Eli que se metían en casas y apartamentos, las pocas estructuras que quedaban de pie, sobre todo durante las noches y hacían de todo, hace énfasis generalizando todo aquel acto de vandalismo y delito que pueda imaginarse un ser humano. Mientras tanto, Eli, su esposo Ernesto y su hijo Ibrahim de apenas ocho años recién cumplidos estaban arriba en el apartamento temblando de miedo, ese miedo que hiela los huesos, tapaban la puerta de su hogar con la nevera, le ponían objetos pesados encima por si acaso alguien se atrevía a querer entrar a hacerles daño. Así transcurrieron tres días durante los cuales esperaban poder salir sanos y salvos.

El pequeño Ibrahim hacía muchas preguntas, obviamente no entendía lo que pasaba ni cuándo iba a terminar aquella pesadilla que se había vuelto una agobiante realidad, a lo que ella con su gran fe en los ángeles, le respondía que estuviera tranquilo, que aunque estaba lloviendo mucho los ángeles iban a ir a sacarles de allí, que les iban a ayudar, por lo cual se juntaban a rezarle al ángel de la guarda para que viniera por ellos y les ayudara con prontitud.

Puntualmente y sin descanso, cada día, cada larga jornada diaria de incertidumbre, Eli le daba fortaleza a su familia tanto en la mañana como en la  noche, así pasaron tres días infinitamente largos, pero ese acto de rezarle al ángel de la guarda para que los acompañara en aquel momento era la gran roca de fe que los aferraba a la vida.

Un día, su esposo Ernesto se armó de valor y salió a ver dónde estaba su familia. Ese día Eli lo rememora claramente, le viene a la mente la cara de él aterrorizado por todo lo que había visto en el camino, el panorama no era nada alentador y fue eso precisamente lo que le hizo tomar la decisión de salir de allí. Entonces le dijo: "Tenemos que sacarte de aquí Eli, yo te tengo que sacar de aquí como sea porque La Guaira se acabó, esto se terminó, no hay carreteras, esto está horrible, no quedó nada".

A Ernesto le tocó caminar entre cadáveres y escombros para poder llegar a la casa de su mamá que vivía en La Guaira, se trasladó de Macuto hasta allá para saber cómo estaba su familia, en el camino de regreso ya venía con el propósito de sacar a Eli e Ibrahim del apartamento. Entonces, ese día les avisan que obligatoriamente tenían que salir de ese sitio y llevarse algo pequeño, tal vez un bolso chico que ella pudiera cargar sin molestias por su embarazo y además, en su caso, andar con un niño pequeño. No era conveniente que llevara tanto peso.

“Decidí guardar en un bolso las fotografías, los documentos del apartamento, los documentos de mi salud, lo que yo llevaba del embarazo, de todas las pruebas que me había hecho y todo eso, los exámenes y un suéter. Me acuerdo que mi hijo me dijo que se llevaba la enciclopedia porque ahí estaban todos los países del mundo. Más nada, es decir, realmente yo no cargué con muchas cosas. Pensé que eso era lo imprescindible porque yo decía que de alguna manera u otra tenía que probar que yo vivía ahí y debía llevarme los recuerdos en fotografías, por lo menos. Más nada, ¿qué tanto? Ropa podía comprar en cualquier lugar, lo demás era como para cargar cosas por cargar, no sé, no me importó”.

Antes de salir de su hogar le volvieron rezar al ángel de la guarda y le dijo firmemente a su hijo Ibrahim que no se separara por nada del mundo de su lado, que siempre estuviera pendiente de dónde estaba ella mientras caminaban y de ese modo se dispusieron a bajar rumbo a la salvación de aquel infierno de Dante.

Comenzaron a bajar por las escaleras del edificio, la familia vivía en un piso veinte. Iban sin mirar atrás lo que dejaban sino con la convicción de huir de la tragedia. Para ese momento ya había salido el sol, estaba pasando la lluvia intensa y perenne, ahí empezaron a ver los helicópteros que llegaban frente al edificio, un sitio que llamaban "El Babero", en Macuto.

“El Babero” era una cancha deportiva donde practicaban beisbol. Un sitio con un centro de bateo y unas arquerías de fútbol que ya no estaban a la vista porque habían quedado tapadas por el lodo y los escombros que bajaron de las montañas. Justo en ese lugar era que estaban llegando los helicópteros para rescatar a las víctimas de aquella vaguada de Vargas.

“Cuando nos habíamos alejado del edificio, más o menos como una cuadra de distancia, para poder llegar a «El Babero», comenzó a llover de nuevo. Yo comencé a temblar terrible, era horrible porque ya no me podía devolver y mi miedo era que viniera otra vez el lodo, que se viniera otra ola, bueno, todo lo que habíamos visto desde arriba. Entonces me aferré mucho más a mi hijo y a Ernesto y bueno, seguimos adelante pues. Vi largas colas de muchas personas, había heridos, había viejitos, era muchísima gente y finalmente, mi esposo logra hacer que me monten en un helicóptero porque ya eran las seis de la tarde y no iban a salir más aeronaves”.

Ernesto la montó con el niño por la puerta de atrás del helicóptero y le dijo al piloto "llévatela porque está embarazada". Cuando comenzaron a elevarse en el cielo fue que pudo ver el lugar donde estaban metidos. Ella afirma, que no es lo mismo ver desde el sitio de los acontecimientos, en el entorno, a ver todo el panorama desde el aire. Cuando se fija bien dónde estaban metidos, lo vio como si fuera una novela de las más dramáticas. Vio alejarse a su esposo, quien quedó en el lodo, allí en la tierra, mientras ellos se iban y lo dejaban atrás.

Volando hacia el aeropuerto de Maiquetía, al darse cuenta de cómo estaba la situación con aquella tragedia, agarró a su hijo de la mano porque su bebé Andrea empezó a darle muchas patadas en el vientre. Sentía mucho miedo a que les pudiera pasar algo, a que su hijo se quedara con una cantidad de extraños en ese helicóptero, entonces, con angustia le decía a Ibrahim: "Dime dónde vive tu abuela, te voy a dar la dirección de tu abuela, la dirección de tu abuela es esta…" y se la repetía hasta más no poder.

Hacía que el niño le repitiera una y otra vez lo mismo, le seguía haciendo hincapié: “El número de teléfono por favor dímelo, dímelo", y si se equivocaba lo agarraba y le indicaba "mi niño, te lo tienes que aprender, el número de teléfono te lo tienes que aprender. Si tú no me ves, si tú ves que no estoy o me pasa algo, prométeme que tú vas a sobrevivir. Tú tienes que salir adelante. Tú tienes que sobrevivir, esté yo o no esté. Tú tienes que prometerme que vas a buscar a tu abuela".

Al llegar a Maiquetía todas las personas se bajaban del helicóptero, pero la aeronave no se posaba en el suelo sino que quedaba flotando medio estática. Eli no se podía bajar rápidamente porque un mal salto la ponía en riesgo de parto prematuro, fue entonces cuando a su hijo lo bajaron del helicóptero y se lo llevaron. Fue un militar  quien lo hizo, pero el niño empezó a patear y gritar: "Mi mamá, mi mamá". Ella, a su vez, insistía en que no podía saltar porque su pánico ante todo lo que estaba pasando la paralizaba.

Finalmente Eli pudo bajarse, y ya estando en la pista del aeropuerto, se encontró con una vecina que tenía tres niñas. La amiga le dijo: "Quédate aquí conmigo, está rota la autopista Eli, no hay aviones para subir a Caracas". A lo que ella se preguntaba: "¿Cómo no va a haber un avión para Caracas?”, perpleja, no comprendía la magnitud de los daños producidos por la vaguada. Llegó a pensar que la emergencia era a nivel nacional porque todavía, en ese momento, ella no tenía total conocimiento de lo que realmente estaba pasando.

“A medida que mi vecina me venía diciendo eso, yo la percibía a ella pero veía al fondo; ella estaba como en un segundo plano, me hablaba y yo no la enfocaba porque atrás venía caminando un hombre muy alto, blanco, con una serenidad increíble. Precisamente creo que eso fue lo que me llamó la atención de él, que la gente corría, estaban todos nerviosos, pero en cambio él venía caminando, tan sereno. Llegó donde estábamos nosotros e inmediatamente yo empecé a temblar, era una cosa así como si tuviera mucho frío, es más, es una sensación como la que siento cuando vuelvo a contar la historia”.

El alto hombre blanco llegó justamente donde estaba Eli con Ibrahim, la vecina y las tres niñas, pero fue directo con Eli le agarró el bolsito y le dijo: "Dos personas conmigo" a lo que ella responde tajantemente: "No, pero es que no somos dos solamente, aquí estamos entre cinco y siete personas". Ella intentaba contar nerviosamente la cantidad de personas en total pero nunca terminaba de hacerlo, entonces él replicó: "Solamente tengo espacio para dos".

El piloto tomó el bolso y comenzaron a caminar por la pista hasta llegar a una pequeña avioneta donde solamente cabían unas cuatro personas. Era tan pequeñita que parecía de juguete. De la aeronave se bajó un señor que tenía un estetoscopio en el cuello, lo que le hizo deducir a Eli que era un médico.

Volaron a Caracas el piloto, el presunto médico, Eli con Andrea en el vientre e Ibrahim a su lado. Nerviosa, preguntaba para dónde iban, pero el piloto la calmaba dándole seguridad de ir rumbo a un sitio donde no correría peligro, le repetían: “Quédate tranquila que tú vas con nosotros”. Para calmarla aún más le expresaban: “¿Y ese bebé cómo va?, ese bebé parece que es una niña ¿verdad?, ya tienes el varón, bueno, eso es una nena lo que tienes allí, ¿Cómo te sientes?”.

El médico la escuchó pacientemente, sin embargo ella estaba muy alterada, por lo cual el doctor la examinó y la invitó a respirar profundo porque, en efecto, ya no estaban en peligro. Arribaron a La Carlota y cuando se bajó de la avioneta el piloto le dio la mano, la ayudó a bajar y le dijo que cuidara mucho a esa nena, abrió una maletica y le regaló una cobija rosada: "Toma, es para la nena", mientras que al niño le daba otras cosas.



Allí quedó ella, un poco desorientada pero a salvo, no comprendía mucho lo sucedido pero a esa hora de la noche él piloto levantó vuelo en su avioneta y partió para nunca más toparse con ella. No supo su nombre, solo le dio un profundo agradecimiento que se tradujo en un simple “gracias”. Seguidamente pudo llamar por teléfono a su padre para que los fueran a buscar. Ese fue uno de los abrazos más emotivos de su vida.

Al llegar a casa de sus padres, por curiosidad abrió la cobija que le había regalado el piloto, era de color rosado pastel con una imagen de un pesebre en el centro, es decir, las figuras de Santa María, San José, el niño Jesús, la mula y el buey, en las puntas tenía cuatro ángeles y en el borde de la cobija decía: "Dios con nosotros" que por cierto viene a ser la traducción de su nombre real del hebreo al castellano. Lo curioso de todo esto es que nadie sabía si la criatura en su vientre iba a ser hembra o varón, tiempo más tarde coincidió la predicción del piloto con el sexo de la niña.



Lo que parecen ser casualidades de la existencia, se convirtieron en causalidades que conectaban con detalles muy precisos de la vida de Eli y su familia, quienes luego de pasar por estos momentos tan duros, lograron volver a estar juntos como casta de amor y perseverancia por salir adelante. 

Recibieron ayuda para poder comenzar de cero ubicándolos en un apartamento que iban a poder pagar poco a poco e igualmente un buen empleo fijo donde Eli pudo lucirse como profesional, no solamente del diseño gráfico reconocida a nivel nacional sino también de la publicidad impregnada del valor que mejor la define: la solidaridad, pudiendo socorrer a través de la ayuda social a miles de personas que como ella, quedaron sin nada, gente que aquella vaguada les había arrancado todo.

Hoy en día, Eli, Ernesto, Ibrahim y Andrea son una familia sólida que gracias al trabajo en equipo, perseverancia, amor y sobre todo resiliencia, pueden ver atrás y darse cuenta que el camino recorrido, aunque doloroso, los hizo crecer y renacer del lodo pero como buenos alfareros convirtieron aquel barro en vasijas de fe.

Entonces aquel sueño sí resultó ser premonitorio, además el tan pensado ángel de la guarda los salvó en avioneta convertido en un piloto y asimismo les llevó la buena nueva de la futura niña que nacería, mensaje que dio a través de aquella cobija impregnada con la frase: "Dios con nosotros". 

Es por eso que para Eli la vaguada se llevó cosas materiales, pero salir hacia el mar le trajo ventura y prosperidad.



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